En el país más envejecido de América Latina, el adulto mayor se siente dejado de lado. Seis retratos que hablan del último tramo de la vida desde su pasado, presente y futuro.
Pasado
Wadad Akiki 88 años
Su casa está llena de objetos, antiguos, amarillentos, pero bien conservados. Cada uno tiene su historia y es una parte de lo que fue su vida. No tiene hijos, vive sola, pero rodeada de sus memorias se siente segura.
Gloria Pereira 74 años
Tiene 12 hijos pero ninguna casa. Mientras intenta conseguir un apartamento, vive en refugios. Hace años que regaló todo lo que tenía y los únicos dos recuerdos que conserva son una foto de su familia y la carta de su último novio.
El último refugio de la memoria
A Wadad Akiki le da miedo salir a la calle. Gloria Pereira pasa allí mayor parte de su día. Wadad vive en un apartamento sobre la calle bulevar Artigas, y Gloria en un refugio de Tres Cruces.
Lo único que tiene Gloria, además de sus 12 hijos, es una foto y una carta de amor. Tras haber dejado repartido gran parte de sus pertenencias y con un problema en la rodilla que le impide trabajar, esta mujer de 74 años cuenta que espera un apartamento y el turno para hacerse una cirugía.
Wadad, o Tita como la llaman, está rodeada de objetos antiguos. De joven era viajera, profesional y estudiosa. Tal vez haya sido su espíritu de aventura, difícil de seguir, que la llevó a no tener hijos. A pesar de los años, su inquietud se mantiene y a falta de un trabajo vinieron los cursos, las reuniones con amigos y los conciertos.
Para ambas mujeres, su casa es un problema.
“Empiezan las goteras, hay que tener en cuenta de qué manera las voy a enfrentar”, dice Wadad. Se siente cada vez menos segura sobre su cuerpo y la posibilidad de tener que dejar su casa por un residencial la asusta. ¿Por qué no mudarse a un espacio más chico, que le demande menos cuidado? “¡Qué esperanza!”, exclama. De vivir en una casa en el Prado pasó al encierro de un apartamento, pero con ella se llevó muchos de sus recuerdos y hoy, cada mueble, cuadro y adorno le hacen revivir su infancia feliz.
Tener un lugar donde vivir no suele ser el problema de la mayoría de las personas de más de 65. Lo que ocurre, muchas veces, es que esas casas o apartamentos fueron pensados en una época de sus vidas en que podían mantener áreas grandes, pensadas tal vez para una familia con hijos o personas con más posibilidades de movilidad, explica Mónica Lladó, directora del Instituto de Psicología Social de la Universidad de la República (Udelar). Las viviendas envejecen con las personas y la mayoría de los mayores de 65 viven solos o con personas de su misma edad.
Un 34% de las personas mayores viven en pareja, sin hijos, y un 27% reside en hogares unipersonales. De hecho, cerca de 60% no viven con personas de generaciones diferentes, según datos de la Encuesta Continua de Hogares. En Uruguay, dice Lladó, los programas de vivienda están más segmentados y eso puede llevar en ocasiones, a lo que se denomina “güetización” de la vivienda. Esto ocurre principalmente en Montevideo. Si bien es el país de la región con menos incidencia de pobreza para las personas de más de 65 años y la cobertura es amplia, en términos cuantitativos los expertos consideran que aún no es suficiente.
Gloria dice que no está “en la calle” sino “falta de techo”, y lamenta la mala convivencia que hay entre las personas del refugio. Pasa sus tardes entre la explanada de la Intendencia de Montevideo, la Iglesia y el médico: lo que para muchos es el gris de la ciudad, para ella es la compañía de todos los días. Vive con una pensión que apenas le da para comer pero tiene la esperanza de que por fin le toque su turno y el BPS le dé una vivienda donde instalarse.
A pesar de que las jubilaciones y pensiones han aumentado en los últimos años, hay una brecha entre mujeres y hombres. Mientras la mitad de las mujeres cobran pensiones, solo un 8% de los hombres lo hacen, dice el estudio de 2015 titulado “Las personas mayores en Uruguay: un desafío impostergable para la producción de conocimiento y las políticas públicas”. En promedio, una pensión supera los $ 7.500 y una jubilación ronda los $ 14.500.
La felicidad, para esta mujer, está en el vínculo cotidiano con el otro. El niño que vive a la vuelta, la pareja que la saludó en la sala de espera del médico o el perro del vecino, que la reconoce al instante.
Wadad teme que la vejez le robe la libertad y lo que quiere Gloria es que alguien la cuide. Wadad reparte sus cerámicas entre los sobrinos y preserva cuidadosamente cada detalle de su rutina, con el afán de ganarle al tiempo. Gloria imagina el día en que por fin le llegará la tranquilidad del apartamento nuevo. Lo piensa vacío y se pregunta cómo lo va a llenar.
Presente
El bailarín que desafía las leyes de la gravedad
Cuando Luciano Álvarez baila sus ojos sonríen. Se lo ve cómodo. Esa confianza no es casualidad, hace más de 50 años que su cuerpo habla por él. Comenzó como bailarín del Sodre, pero hoy realiza danza contemporánea. Conoce su cuerpo y se siente orgulloso de él. Cree que envejecer no es sinónimo de deterioro. Sus arrugas le permiten contar y transmitir sensaciones que cuando joven no podía. Cuando actúa con bailarines nuevos, siente que se complementan. Él les enseña sobre expresividad mientras aprovecha para contagiarse de su energía.
A la demógrafa Mariana Paredes el término “tercera edad” le hace ruido. “Es estático. Parece que llegás y te quedás ahí. Yo prefiero decir viejo”. La vejez es tan heterogénea como la juventud, y sin embargo suelen predominar los estereotipos, explica la coordinadora del Centro Interdisciplinario de Envejecimiento, de la Universidad de la República. El papel de la “vieja insoportable”, el “viejo cascarrabias” o el “viejo verde”, no hacen más que agrupar bajo un concepto despectivo.
“Toda la promoción es para rejuvenecimiento”, indica Paredes, quien agrega que esa es una forma de discriminar todo aquello que no cuadra con el canon. “Nadie te dice ‘qué bueno que está ser viejo’”.
Luciano tiene 74 años y no tiene vergüenza de hablar sobre sexo. Sabe que no es la misma “polvorita” que cuando tenía 20, pero reconoce la belleza en otros lugares y valora otros ritmos. El psicólogo especializado en vejez Robert Pérez piensa que, aunque no parezca, aún se reprime a la sexualidad y más aún en la vejez. “Ver a dos personas con carnes flácidas, pelo blanco y tejido adiposo besándose apasionadamente parecería no ser una imagen de belleza”.
Eso se traslada a la consulta médica. “En general, podría decir que los profesionales de la salud son más prejuiciosos que los propios viejos”, explica Mónica Lladó, directora del Instituto de Psicología Social de Udelar, que cree que los problemas sexuales en la tercera edad no están lo suficientemente planteados dentro del consultorio.
Cuando Luciano pasó los 30 años y como su profesión dependía de su cuerpo, pensó que tenía que buscar una forma de reciclarse. Él quería seguir siendo activo, no podía quedarse en su casa. Así fue que empezó sus investigaciones en actuación y hoy, integra esas dos pasiones en una misma obra.
La mujer que se convirtió en campeona de carreras
Un día Sara Torre iba caminando por los canteros de la avenida Centenario, sintió un impulso y empezó a correr. La primera vez completó media cuadra, después tres, más tarde siete y así arrancó la historia de una campeona de la tercera edad.
Tiene 83 años, trabajó toda su vida como empleada doméstica, se enorgullece al hablar sobre lo bien que hacía su trabajo y del reconocimiento que recibió de sus jefes. Esa era la única actividad que realizaba, hasta que cumplió setenta y emprendió otro camino. Corriendo.
Cuando Sara era joven, era representativa de una gran porción de la población. Según una encuesta realizada para la Secretaría Nacional del Deportes en 2015, el 47% de los uruguayos es sedentario. Hoy desafía los porcentajes y se para del lado de las minorías: solo un 37% de los mayores de 50 practica algún deporte. Los motivos de esa poca actividad son la falta de tiempo, la edad y las imposibilidades físicas.
A pesar de que no hacía ejercicio, Sara siempre cuidó su cuerpo. La alimentación es una prioridad en su vida y ahora que corre aún más. Cuando se levanta se prepara un licuado de zanahoria, manzana, banana, naranja, morrón verde y yogurt light. Toma dos vasos y hace algunos ejercicios de movilidad para evitar los dolores causados por haber estado tanto tiempo acostada.
En 2013 en Uruguay, según la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, 90% de los uruguayos consumía menos de cinco porciones de fruta. La dieta en el adulto mayor es un factor que no se debe ignorar. Las distintas patologías (cardiopatías, osteoporosis, diabetes) exigen que la tercera edad mantenga una alimentación saludable y los cambios en el metabolismo también lo requieren. Por ejemplo, se debe disminuir sustancialmente el consumo de grasas saturadas y aumentar el de poliinsaturadas (pescados, aceite de oliva, frutos secos y semillas).
El ejercicio se volvió la vida de Sara. Sus piernas firmes la mantienen arriba, pero no tiene miedo de cuando eso no pase. Dice que cuando su cuerpo no responda, encontrará algo más. Tal vez pruebe con unas clases de guitarra.
El abuelo que trabaja para el futuro de sus nietos
A una hora de Montevideo, cerca de Empalme Olmos, donde las bocinas se desvanecen, el tránsito mengua, y el sonido de los cardenales y teros toma fuerza. Ahí, en el kilómetro 41 de la ruta 8, vive, desde que nació, Antonio González. Pasaron 65 años y él no conoce otra realidad. Fue a la escuela y al liceo, pero siempre trabajó en medio de los cultivos y el ganado. En algún momento quiso estudiar Agronomía, pero las necesidades de su familia lo obligaron a quedarse.
Trabajó demasiado. Levantaba cargas que pesaban lo mismo que él, dormía cuatro horas y volvía a trabajar. Hace 20 años el médico le dio una advertencia final: si no se cuidaba podía terminar en una silla de ruedas. A partir de ahí entendió que su cuerpo le gritaba que aflojara y aflojó, pero no paró de trabajar. Solo que ahora controla más el esfuerzo y se permite ir más lento o parar a descansar.
Graciela Acosta, la presidenta de la Sociedad Uruguaya de Gerontología y Geriatría, reconoce que en nuestro país aumentaron las consultas médicas en esa área. La tercera edad está más preocupada por su salud y en parte eso se debe a que la expectativa de vida se ha prolongado. Acosta destaca la necesidad de que el adulto mayor consulte a tiempo con un geriatra. En Uruguay la edad mínima para comenzar a hacerlo es a los 65 y a pesar de que no es una exigencia para todos, los expertos lo recomiendan.
Antonio toma medicamentos para la presión, para la columna y la cadera, y complementos como el Omega 3. Para Acosta, “el adulto mayor es un paciente que está polifraccionado en muchas especialidades”. “Lo ve el cardiólogo, el traumatólogo, el urólogo, el neurólogo. Entonces la geriatría como tal engloba todo eso”. El geriatra puede evitar lo que llaman “polifarmacia”, que puede causar interacciones peligrosas entre medicamentos. Sin embargo, no todas las mutualistas ofrecen el acceso a este especialista.
Antonio no quiere pensar en lo que va a pasar cuando el cuerpo ya no le funcione. “Tal vez porque las ocupaciones y las preocupaciones no me han dejado analizarlo con la profundidad que es necesaria. Me preocupa, pero no puedo entregarme en este momento, a no ser que la salud me lo pida”.
Por eso mismo, hace poco comenzó un emprendimiento para convertir boniatos en meriendas “snack”. Si funciona, puede decir que cumplió y asegurar el futuro para sus nietas. Todos los días es un desafío contra la silla de ruedas, pero no piensa parar.
“¡Buen día Pedro!”, saludan los transeúntes que pasan por el kiosco de 18 de julio y Yi. En realidad, Pedro Britos comenzó su jornada mucho antes. Para él, los siete días de la semana arrancan a las 4:30 y a las 7 ya está todo pronto para atender a los clientes. En medio de una ciudad muda y en tinieblas, reparte los diarios a aquellos clientes que le quedan de camino. Hace 23 años que está en la misma esquina. Tiene 74 años, trabaja hace 61 y está cansado.
Nació en Rivera y no conoció a sus padres. Tras dejar la escuela empezó a trabajar. Al preguntarle si volvería al campo su respuesta es un “no”, terminante. Le gusta la ciudad, disfruta del cine, la rambla, el centro y los teatros.
El aumento de la expectativa de vida, que de 1990 a 2012 creció de 73 a 77 años, según la Organización Mundial de la Salud, cambió la forma de cuidarse de las personas. “Son mucho más cuidadosas de su calidad de vida, hacen más cosas para mantenerse saludables, más vida social y cultural. Les interesa más seguir estudiando, satisfacerse, sentirse realizados”, explica Mónica Lladó, directora del Instituto de Psicología Social de Udelar.
En 2012, 23,4% de los adultos mayores participó de organizaciones de la sociedad civil, como clubes deportivos, organizaciones religiosas, ONG, asociaciones de jubilados, o colegios profesionales, según la Encuesta de Detección de Población Adulta Mayor Dependiente. Sin embargo, sólo un 15,7% lo realizaba con una frecuencia menor a seis meses. De esos, un poco más de la mitad (53,1%) participaban de actividades recreativas.
Pedro tenía 22 cuando conoció a su esposa. Con ella construyó una casa, formó una familia, y descubrió la Navidad y los regalos. Con ella, o por ella, enfrentó el dolor de la muerte. “Chichita” -como le decían- sufría de ataques de pánico, cáncer de mama y dificultades respiratorias. Murió hace un año.
Sin embargo, después de la tristeza, él todavía tiene espacio para los sueños. Sigue creyendo en el amor y desde hace un tiempo tiene novia. Piensa ir hasta donde “la nafta” le permita.
Para Lladó, la sociabilidad de las personas mayores ha aumentado con el crecimiento de la expectativa de vida. Lo mismo con la formación de parejas en edad avanzada. “Hemos visto muchas experiencias”, sostiene y agrega que lo más visible está en el crecimiento del turismo para adultos mayores.
Pedro quiere vender su kiosco, viajar junto a su hija por Uruguay y, si le da el tiempo, llegar hasta Brasil.
Contenido:
Mariana Castiñeiras & Florencia Barre
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