Natural Bars, de Las Piedras a todo el país.
Felipe Botello es un joven de Las Piedras, creador de Natural Bars, un producto que se presenta como la única barra de cereal 100% natural en todo Uruguay. Con solo 25 años, Felipe montó desde la cocina de su casa una empresa que hoy produce mil barras al día, tiene cuatro empleados, y aspira a llegar a todo el país.
En Junio de este año, Felipe solicitó un crédito a República Microfinanzas para comprar una máquina de envasado, que le permitirá multiplicar su producción y llevar su proyecto al siguiente nivel. Su historia muestra cómo, con inquietud, olfato y, sobretodo, mucho esfuerzo, se puede llegar a grandes cosas.
¿Cómo se forma un espíritu emprendedor? Sin duda el contexto ayuda. Felipe viene de una familia de comerciantes en Las Piedras, y eso le marcó una iniciativa que explotó desde chico. A los 12 años abrió su primer negocio: un puesto callejero de fuegos artificiales, que mantuvo durante toda su adolescencia. Ya mayor, complementó la carrera de contador con distintos emprendimientos que le permitieron “escapar a las ocho horas” y adquirir experiencia en ventas, marketing y gestión.
Tuvo una empresa de envíos desde Estados Unidos, una venta de pulseras de plástico y serigrafía, y también un negocio de distribución de tarjetas de recarga de celulares. Lo curioso es que, para ser alguien siempre atento a nuevas oportunidades, la barra de cereal apareció de casualidad. Casi sin querer.
La historia empezó hace poco más de un año. Felipe es un deportista bastante cuidadoso con su alimentación, y para mantenerse saludable y enérgico buscaba una barra de cereal natural, sin agregados químicos, pero lo único que encontró fueron “golosinas con forma de cereal”. Entonces investigó en Youtube -esa maravilla donde todo se aprende— y empezó a cocinar sus propias barras. Copos de maíz, avena, girasol, bastones de salvado y mucha miel constituyen la base de su receta, que con leves cambios mantiene hasta el día de hoy.
Llevaba sus barras al Club Solís de Las Piedras, para tener un aperitivo rápido antes de ir al gimnasio, y esto despertó la curiosidad de sus amigos, que le empezaron a pedir barras para ellos también. Al principio las preparaba “de onda”, pero cuando aumentó la demanda sus amigos lo obligaron a cobrar.
Ahí se le prendió la lamparita. Investigó y confirmó que efectivamente había un vacío de barras de cereal natural en el mercado. Llevó entonces treinta unidades al cantinero del club, con un pequeño exhibidor de madera para destacar el producto. Al otro día se habían vendido todas. Con este espaldarazo, le puso un nombre a su producto: Natural Bars, con un rayo en el logo.
De la cantina del club pasó al kiosco de la esquina, y de ahí a un autoservice, y cuando se quiso acordar ya tenía 15 clientes y pedidos por 150 barras. En ese entonces su producción era muy precaria. Cocinaba en la cocina de su casa, con la olla y los utensilios de su madre, y empaquetaba las barras en grandes bolsas que dejaban mucho que desear desde la presentación.
Pero de a poco se fue profesionalizando. Compró moldes, materia prima al por mayor, se mudó a un pequeño local, contrató personal, formalizó su negocio y adquirió todos los permisos necesarios para convertirse en una empresa seria. Y el esfuerzo dio sus frutos, ya que lo empezaron a llamar distribuidores en todo Canelones, y a los pocos meses ya tenía pedidos de 2500 barras.
En este momento, Felipe decide “tirarse a la pileta”. “Los pedidos seguían llegando y la barra respondía. A eso se suma que habíamos agregado un nuevo producto a Natural Bars: un snack de frutos secos, por lo que no podía quedarme en ese lugar. ”Entonces tomé la decisión de asumir un riesgo”.
Invirtió casi todas sus ganancias en un local de 250 m2 en la calle Rivera de Las Piedras, con oficina, comedor, baños y todo lo necesario para producir en grande. Las barras entraron en Montevideo y los grandes supermercados, y empezó a recibir pedidos del interior. Pero tenía un problema: su producción estaba trancada por el envasado. Volvió a recurrir a Youtube y encontró una máquina de envasado industrial ideal para su producto, la “Slowpack”, difícil de costear ya que había invertido gran parte de su capital en el nuevo local.
Bendita casualidad. A veces la solución aparece en lugares insólitos. En mayo, Felipe fue a comprar verduras a un antiguo cliente, que tenía un puesto en la feria. Le comentó su problema, y éste le habló de República Microfinanzas, ya que hace poco había accedido a un crédito allí. Felipe se comunicó con la empresa y le presentó su disyuntiva: con el método manual estaba trancado en unas sesenta barras por día, la máquina Slowpack le permitiría envasar la misma cantidad en un minuto.
Presentó sus proyecciones y en dos semanas recibió un préstamo de 215.000 pesos, que le permitió cubrir parte del costo de la máquina y un pedido de 100.000 bolsas. A partir de Setiembre, cuando la nueva máquina empiece a funcionar, Felipe espera envasar más de 30.000 barras al mes, y así atender los pedidos que le llegan de todo el Sur del país. También aspira a llegar al Norte en un futuro no muy lejano. No satisfecho con este crecimiento, está armando un nuevo producto: un alfajor natural sin conservantes y en base a miel.
Para Felipe, la clave para llevar adelante un negocio está en la perseverancia. “Cuando sos joven mucha gente no te toma en serio. Yo el consejo que le doy a mis amigos es que si confían en su idea, le den para adelante. Es mejor equivocarse y hacer, que no hacer nada. La clave es perseverar y tener fe. Llevar adelante un negocio es un 80% trabajo y 20% cabeza”, dice. Y probablemente tenga razón.