Alice dice que su hogar son las Falkland Islands. A veces, sin embargo, cansada del alud de preguntas sobre el conflicto, simplemente contesta que es inglesa. A los 16, como la mayoría de los jóvenes en las islas, tuvo que plantar el primer mojón de su vida. Decidió irse a terminar el bachillerato en Inglaterra y volver. Estudió dos años, terminó, fue a la universidad, obtuvo su título, y después sintió un impulso por irse a Brighton. “Allí podría convertirme en mi misma” explicó Alice en medio de una sonrisa que culmina con dos hoyuelos.

Se dice que Brighton es la capital de la comunidad gay en el Reino Unido y Alice quería buscarse a sí misma. Tal vez aceptarse. Tal vez aceptar que ella es gay. Desde un país de tres mil personas a una metrópolis de más de 150 mil Alice sentía que podía pasar desapercibida y que ya no iba a ser la persona extraña. “Cuando estaba en el bachillerato no había reconocido mi orientación sexual, en la universidad no podía evitar sentirme muy incómoda conmigo misma y a pesar de que quiero mucho a mis amigos, cuando sos la única persona gay en medio de un grupo de heterosexuales, te sentís como el distinto”. Con esa idea Ali, como le dicen, pasó un año en Brighton, hasta que decidió volver a las islas y enfrentar a sus orígenes con el rostro al descubierto. Un año más tarde, Gemma, su novia, decidió alejarse de todo lo conocido para irse a vivir junto a ella a las Falkland Islands.

La Constitución de las islas establece que cada persona tiene derechos fundamentales y libertades como individuo, sin importar cual sea su orientación sexual. Con el afán de evitar contradicciones legislativas comenzaron las propuestas para promover la igualdad. El 90% de la población de las islas se encuentra a favor del matrimonio homosexual según un informe publicado este año. Además, el 87% se manifestó a favor de que si la Iglesia lo permitía el matrimonio también pudiese ser admitido en esa institución. En esta misma línea, el gobierno actual se planteó dar un paso más y habilitar las opciones de concubinato. Ali cree que estos cambios sociales se están dando en las islas al mismo tiempo que las primeras generaciones de isleños que se fueron al exterior están volviendo. Salir, enfrentarse a otras realidades, conocer culturas, razas, diferencias, hacen que estos nuevos isleños tengan perspectivas innovadoras para una tierra conocida. Al mismo tiempo que “el mundo se hace más pequeño, a medida que la inmensidad de opiniones y personas se van acercando”.

Ali lleva en su celular distintas sesiones de fotografías con sus sobrinos, un par de gemelos. Selfies, con muecas, sonrisas o ceños fruncidos. Las muestra, como antes se mostraban las fotos carnet de la billetera y afirma “yo espero que cuando los gemelos sean grandes, puedan sentir una actitud generalizada, en la que ser gay o heterosexual simplemente no va a importar”.

Michael define su infancia en una única palabra: fútbol. Y es eso lo que todavía lo motiva día a día. Es capitán de uno de los tres equipos que hay en este momento jugando en La Liga de la que participan alrededor de 60 personas. En este deporte, en la forma de su organización, en el interés de quiénes son parte, se manifiestan características muy particulares de la comunidad de las Falkland Islands.

Existe un sentido de la igualdad muy fuerte. Como son una comunidad pequeña, todos van al mismo hospital, al mismo banco, a la misma escuela o al mismo supermercado. Todos tienen trabajo, y las diferencias en los ingresos se pueden percibir en las dimensiones de algunas casas que son un poco más grandes que la media. Con estos ideales se conforman los equipos en la Liga de fútbol. Así como en las escuelas dividen a los alumnos para que los grupos no queden muy disparejos, en las islas se anotan todos aquellos que quieran participar y se arman los equipos.

Sin embargo, para integrar la selección se eligen , como en cualquier otro país, los mejores jugadores. Así compiten representando a las FI en los campeonatos internacionales. Normalmente, esos enfrentamientos se llevan a cabo en los Island Games, que son como los Juegos Olímpicos pero en los que solo compiten islas y que se realizan cada dos años. Los próximos comienzan el 24 de junio. Además de fútbol, se compite en atletismo, badmington, natación, golf y tiro, entre otros. Suelen participar 16 equipos y el de las Falkland Islands, como el de Uruguay en los Juegos Olímpicos, suele ser de los más chicos.

Por ahora el equipo de fútbol de las islas nunca ganó una medalla, pero eso no es lo que los mueve a seguir participando juego tras juego. Michael cuenta que a pesar de que “sabemos que va a ser una semana horrible porque jugamos contra equipos que tienen mejores facilidades, mejores entrenamientos, más deportistas y son más competitivos. Pero ya sabemos que no vamos a ganar la medalla de oro, tampoco la de plata, pero vamos porque es importante representar a las Falklands. Es algo que me da mucho orgullo y vamos a dar lo mejor que podemos.”

Ese eterno dilema sobre la identidad de las islas. ¿Quiénes son? ¿Cómo se sienten? ¿Ingleses? ¿Latinos? Estas preguntas no sólo se responden con un censo que indica que la mayoría de la población se siente isleña. También en estas simples manifestaciones. Porque ese grupo de jóvenes que cada dos años se enfrenta a cuatro partidos que ya sabe que no tiene oportunidad de ganar, lo hace únicamente por defender una bandera, por defender una identidad.

Es el político más joven de las islas. Ingresó a la Asamblea Legislativa de las Falkland Islands con 32 años votos. Nació en Escocia pero a las seis semanas de vida lo trajeron a las Falkland Islands, donde pasó su niñez y su adolescencia. Se fue a terminar el bachillerato al Reino Unido, se recibió como licenciado en administración de empresas, trabajó en Londres y volvió a las islas con un objetivo muy claro: retribuirle a su nación todas las posibilidades educativas que le habían dado.

Michael es parte de una masa de jóvenes que está volviendo a la isla para depositar su conocimiento y generar cambios desde el cerebro. Hasta hace un par de años, las posiciones donde se tomaban decisiones eran todas ocupadas por profesionales extranjeros, hoy esta camada de jóvenes se está haciendo cargo de esos lugares. “Lo que estamos viviendo es increíblemente positivo, y es un objetivo que las Falklands se habían trazado a largo plazo”, comenta Poole con los ojos de un protagonista de ese cambio, “queremos que las decisiones las tomen los isleños que son aquellos que son parte de la comunidad y tienen una conexión muy fuerte con ella”.

Estos cambios sociales y políticos se ven reflejados por ejemplo en que Michael obtuvo 957 votos en las elecciones pasadas, el número más alto y a la vez fue el primer miembro nacido después del conflicto con Argentina que integró la asamblea. En este sentido, el isleño cree que probablemente hubo varios factores que lo llevaron a recibir tantos votos, entre ellos, por ejemplo, que era su primera postulación y que no existían críticas sobre una gestión pasada. Sin embargo, reconoce que antes que él se postulara ya había una tendencia hacia cambios en las Falklands, particularmente en términos de infraestructura y movilidad, y que él al momento de presentarse se apoyó en estas ideas que significaban llevar a las islas hacia adelante.

Asimismo, este año tras las conmemoraciones de los 35 años del conflicto, los miembros de la asamblea plantearon “que se recordara y se dieran gracias a quienes participaron por todo lo que dieron, pero que empezaran a plantearse y hablar de una economía que tiene buenos resultados, de una sociedad que está creciendo, de la posibilidad de nuevas oportunidades comerciales con el Reino Unido, pero que también con América Latina. Así como además comenzar a trazar relaciones políticas, desarrollar y fortalecer relaciones con Chile, Argentina, Uruguay y Brasil”.

Este año en noviembre hay elecciones. Michael no cree que se postule, pero no descarta que en un futuro vuelva a tomar las riendas de su nación. Quiere trabajar más, involucrarse más con las fuerzas laborales de la comunidad y ahí sí, con más experiencia y conocimiento, seguir aportando a los cambios.

Sean tenía 13 años y estaba en la clase “Design technology”. Un curso que trata sobre cómo armar productos desde su diseño hasta su ejecución. Ya habían culminado un proyecto y el profesor les preguntó qué les interesaba hacer en el siguiente. Sean desde muy chico practicaba motocross, entonces levantó la mano y respondió que él quería saber cómo funcionaba el motor de una moto. Probablemente no sabía que esa respuesta le daría el pie al resto de su futuro. El profesor dijo que con gusto abordarían el tema pero que invitaba a alguien a que diera una clase de eso. Sin dudarlo, y con solo 13 años Sean se postuló y así fue cómo comenzó su carrera docente.

Hoy Sean tiene 30 años y es profesor de “Design Technology” en el único liceo que existe en las Falkland Islands. En una habitación repleta de martillos, serruchos, soldadoras y herramientas que conforman la imagen de una clase que parece como de película, habla con sus alumnos mientras ellos trabajan. Todos tienen 16, la edad en la que deben decidir si quieren seguir estudiando o no, la edad en la que los profesores de Sean lo apoyaron para decidir que se dedicara a la educación.

En las islas la educación es hasta cuarto de liceo. Como no existe una posibilidad de desarrollar educación terciaria entonces el gobierno le brinda la oportunidad a los adolescentes de estudiar en el país que deseen. Aunque la mayoría decide ir a Inglaterra por cercanía cultural algunos optan por otros destinos como Nueva Zelanda, Australia o Estados Unidos. Todos los gastos son financiados por el gobierno desde el bachillerato hasta la universidad. Los jóvenes pueden elegir la carrera y no tienen obligación de volver.

Sin embargo, Tom Hill, director nacional de Educación, afirma que aproximadamente entre el 60 y 70 por ciento de los jóvenes que se van, vuelven. Encuentra tres principales motivos para que no se produzca una fuga de cerebros: un sentimiento de pertenencia y de comunidad, una forma de agradecer al gobierno que se muestra colaborativo durante todo este proceso y la facilidad de encontrar trabajo en las islas, dónde no existe el desempleo. De todas formas, entre un 40 y 30 por ciento de los alumnos deciden dejar los estudios, realizar cursos técnicos y trabajar (es legal el trabajo para personas mayores de 16 años).

“Yo siento que le enseño a un grupo de amigos” así comenta Sean sobre lo que le pasa cuando está dentro de un aula. No sólo es su profesor, es el entrenador en el equipo de motocross e intenta acercarse a sus alumnos para acompañarlos en esa etapa en la que comienzan a decidir sobre su futuro. “Creo que en las islas la mayoría de las mujeres se van a estudiar, pero los chicos se ven muy tentados a quedarse y trabajar, porque si te quedás es muy probable que trabajando duro puedas tener un buen nivel de vida (…) Entonces lo que intento yo es que mantengan sus opciones abiertas, que al final del día traten de obtener notas que les permitan estudiar en el exterior”.

El viento soplaba muy fuerte en medio de un campo despejado en el que solo había algunos galpones y una casa. Un pequeño de un año y medio avanzaba en contra de una fuerza que le dificultaba el paso hasta a su padre, un hombre de casi dos metros que lo acompañaba. El niño se caía, ponía sus dos manos en el suelo, sin importar que fuese barro, y se levantaba para seguir caminando. Él es el hijo más chico de Stacey, el tercero, el que unos meses antes no sabía si podría sobrevivir.

“Todo lo que hace ahora, lo que sea, lo pensás como algo que capaz casi no tenías la chance de verlo. Cada mojón que avanza, lo celebramos” cuenta con ojos húmedos Stacey mientras piensa en el hecho que acaba de presenciar afuera de su casa. Ese es el único momento que la emoción surgió de esta mujer rural. Es que a los 17 días de nacido, su bebé presentó varias dificultades de desarrollo y cada vez se encontraba más débil. Entonces el hospital de las islas decidió que ante la gravedad del caso lo mejor sería que viajara a Uruguay a atenderse. Falkland Islands tienen un convenio, y en el que en caso de que el médico considere necesario, un avión de las Fuerzas Aéreas debe trasladar pacientes hacia el Hospital Británico en Montevideo.

Cuando llegan, que en el caso de un menor puede ir acompañado de su madre, padre o tutor, lo recibe el encargado de la embajada británica Dr. Santham y la uruguaya Gloria Trelles que es la comisionada de acompañar a esas familias. Incluso después de regresar a las islas. “Mantenemos el contacto con el hospital uruguayo y eso es maravilloso. Todas las semanas nos envían un mail para saber cómo sigue” explica Stacey sobre la continuidad en el apoyo.

Es que vivir en las Falkland Islands tiene muchos beneficios, pero al ser un país pequeño al sur del mundo requiere de mucho apoyo en sus vínculos con el exterior. Por ejemplo, en 2012 recibieron importaciones del Reino Unido en un valor de 38.434.257 dólares. Asimismo, las relaciones con países latinoamericanos parecen ser inminentes ya que el 6% de las importaciones proviene de Uruguay y el 7% de Chile.

Stacey es uno de los casos en los que la necesidad de relaciones dejó de tratarse de política para tener que ver con la vida de alguien. Hoy quiere ver cambios y desarrollos en este sentido “ya sea una ambulancia aérea desde acá a Uruguay, buscar un medio que consuma menos tiempo de transporte. Definitivamente necesitamos que esto se desarrolle”.

“Siempre quise volver, creo que ni siquiera era una decisión consciente. Era algo que siempre supe, sabía que quería estar acá, irme era solo como una especie de parate” explica Kimberley, la directora del departamento de Patologías en el hospital de Stanley.

A los 16 sintió que no tuvo muchas posibilidades de decidir. Una fuerza que empujaba hacia ese lado la llevó a ella y a sus compañeros a tomar esa ola sin cuestionarse. Terminó su bachillerato y recién después de dos años tomó la primera decisión meditada, esperar un año y analizar qué quería hacer el resto de su vida.

Así fue cómo decidió estudiar ciencia y emprendió un viaje a Inglaterra donde no sólo se formó como profesional, sino que también aprendió a tener confianza, de pasar de ser alguien conocida dentro de una pequeña comunidad a ser Kimberley, una estudiante más. En el proceso, y según las dinámicas que se generan en un país de primer mundo esta joven isleña se esforzó en estudiar, en especializarse y ganar experiencia. Cuando finalmente sintió que estaba completa, volvió para brindarle su conocimiento a esa comunidad que ya la conocía.

“El servicio médico es una profesión que se fundamenta en brindar apoyo a las personas. Si trabajás en un lugar pequeño como este, ayudar no se reduce a ver tubos anónimos, el nombre en esa etiqueta tiene rostro. Entonces, podés ir de noche a tu casa sabiendo que hiciste algo positivo para ayudar a tu comunidad y eso hace que tu trabajo se vuelva reconfortante”. Kimberley cree que ese 70% de jóvenes que estudia y vuelven a las islas se debe en parte a ese sentido de pertenencia tan arraigado en cada uno de los isleños. No en vano en el último censo 68% de los encuestados respondieron que se consideran “Falkland Islanders”.

Cuando Kimberley llegó a las islas la contrataron como una simple científica, sin embargo, para su asombro el tiempo le demostró que podría actuar a los 30 años como la directora del laboratorio de un hospital, algo que jamás pasaría en el Reino Unido. Es que las oportunidades laborales en las islas sobran. De 3200 personas solo 21 están desempleadas, es decir solo un 1,1%. Del total de los empleados, hay un 20% que tiene dos empleos y el ingreso medio per cápita es de 34,481 dólares. Asimismo, el 58% de la población tiene una propiedad en la que habita.

Kimberley observa que cada vez más jóvenes con educación de calidad y experiencia vuelven a las islas. Esto ha derivado a que esos profesionales ocupen posiciones de toma de decisión que antes eran ocupadas por extranjeros con contratos a término. Ella cree que el cambio trae algunos beneficios, “porque no sólo le da un sentido de continuidad al trabajo en esos puestos, sino que además una perspectiva local, que permite que los cambios se produzcan considerando el ambiente en el que crecimos y no adaptando un modelo que fue pensado para países más grandes”.