Carina sonreía, sonreía mucho. Pese a que a veces la vida no le sonreía a ella, Carina (40) llegaba a las clases de zumba con alegría, energía, pronta para disfrutar. “Sabía que tenía algún problema personal pero ella venía siempre ‘pum para arriba’. Era, además, una persona muy solidaria. La imagen que me viene a la mente es ella bailando con una sonrisa”, dice Sebastián Gauna, su instructor.
Su pasión por el baile queda a la vista en su cuenta de Facebook, donde compartía videos de distintas clases, y también su actitud positiva. “Estado civil feliz”, escribió en una foto que publicó el 22 de setiembre, pocos días antes de que la asesinaran. También es evidente allí el amor por su hijo de 13 años.
Ese setiembre, su expareja había intentado retomar el vínculo. Era algo que, según surge del auto de procesamiento, Carina había descartado de plano ya que tenía otra relación. Su firme negativa quedó en evidencia en lo que ella le respondió en los mensajes de texto. Y también en que decidió bloquearlo de las redes sociales. A su vez, según contaron algunos allegados, había comenzado a aprender boxeo.
El 23 de setiembre la insistencia llegó a la puerta de la casa. Carina venía de un cumpleaños y él la estaba esperando. Discutieron de tal modo que un vecino salió y le dijo al hombre que se fuera o llamaba a la Policía. Ella se lo contó por mensajes a su pareja y a un amigo.
El 3 de octubre el hijo de Carina se fue al liceo a las 7 y 15 de la mañana. Ella se quedó acostada, todavía tenía un poco de tiempo; entraba a trabajar a las nueve. Nunca llegó. A las 10 la llamaron de su empleo pero no respondió. Cuando el chico volvió de estudiar, sobre las 13 y 25 encontró un gran desorden. Llamó a un tío que se comunicó con la Policía. Fueron los efectivos quienes hallaron sin vida a Carina.
Poco después, la Policía Científica llegó y tuvo el recaudo de preservar las manos de Carina para poder tomar muestras. Esa acción sería clave para hallar al culpable: el perfil genético allí encontrado era el de su expareja. Pese a que él negaba el crimen, fue a la cárcel por homicidio. “A todos nos pegó muchísimo, nunca pensamos que podía pasar algo así”, dijo Sebastián a El País. Ellos, hace poco, la recordaron como a ella le hubiera gustado: en una clase especial de zumba, bailando con una sonrisa.
Por Déborah Friedmann