Manuela Stabile

Fabián conoció a Manuela Stábile por una amiga en común. Desde ahí se hicieron compañeros de salida. Se divertían, compartían cumpleaños y les gustaba mucho bailar. “Manuela era una buena persona. Un poco porfiada, era alegre y contagiaba. Disfrutaba mucho”, dice.

A los 13 años Manuela empezó a bailar candombe en La Mazumba, comparsa del Cerro de Montevideo que la vio crecer. “Era una gurisa buenísima”; “como compañera era excelente y como bailarina también”, describieron sus amigos de la comparsa en una entrevista a La Tele en febrero de 2017. “Estaba pensando en volver”, agregaron.

Los planes de Manuela eran muchos. Primero, estaba tratando de poner en orden su vida. Compartía la casa de su madre con una pareja que la maltrataba, el hermano de él y su novia. Estaba buscando el momento para pedirles que se fueran. Mientras tanto, trabajaba en una panadería cercana a su casa y ahorraba para festejarle el primer año a su hijo. Faltaba poco. Y por último, como el bebé estaba más grande, pensaba retomar el candombe con la comparsa.

Pero los planes de Manuela fueron por agua abajo: no bailó y a su hijo lo vio por última vez cuando tenía nueve meses. El 20 de febrero, dos días después de darla por desaparecida, y cuatro días después de haberla matado, su entonces pareja confesó el crimen.

“‘Matala”, dijo el novio, y N, el homicida, “sacó el revólver,” describe el fallo judicial que circuló por todos lados. El que daba las órdenes era su novio, mientras sostenía al bebé de Manuela. Hasta Florida, donde murió, la llevaron engañada como parte final de un plan que pensaron por una semana. Ahí Manuela se convirtió en un número escalofriante: la sexta mujer en ser asesinada por un hombre en 2017, a solo 47 días de haber empezado el año.

Es curioso, pero diez meses y 29 casos de femicidio después, a Manuela ya no la recuerdan por su nombre o por sus planes o por su baile. Se convirtió en un número, en una estadística y en la historia “macabra”, así la define el fallo, de la mamá que murió mientras su hijo estaba en los brazos del asesino.

Por Rosalía Souza