Tenía 52 años y hacía seis que estaba en pareja con su asesino. También, hacía un año que vivían juntos en la casa de Mónica, en Ciudad Vieja, Montevideo. Mónica tenía dos hijos y un hermano que iban a visitarla con frecuencia. Tenía, también un esposo que la agredía, psicológica y físicamente. No lo quiso denunciar. Él la tenía amenazada de muerte, a ella ya sus hijos. Y Mónica tenía miedo.
El 11 de mayo, tras discutir, su esposo se fue de la casa. Al otro día volvió. A las cuatro de la tarde agarró un revólver calibre 44 y disparó en dirección a su esposa. La bala ingresó por la axila izquierda. Llamó a la Policía y a la emergencia. Mónica murió en el acto. Cuando su pareja fue detenido, tenía olor a alcohol en la boca. Luego diría que estaba limpiando el arma cuando el disparo “se le escapó”, diría que nunca había discutido con su esposa. Su versión era contradictoria y no coincidía con la de los vecinos y familiares. Por lo pronto, la fiscal Sabrina Flores le dio 180 días de prisión preventiva. Mientras tanto, Mónica ya no está.
Por Soledad Gago