La madre, la hija, la hermana

La madre

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Alejandra Sosa tiene tres hijos de 18, 12 y 5 años. Vivió 17 años con su pareja. Pero no era solo su pareja, era (y es) el padre de sus hijos. Y también, el hombre que amaba. Y, además, el hombre que la golpeaba. ¿Cómo pudo ser el hombre que la enamoró, el mismo que la destruyó? ¿Cómo el padre de sus hijos fue el mismo que intentó asesinarla en frente a ellos? Son preguntas que surgen ante historias como la de Alejandra. Preguntas que, muchas mujeres que atraviesan lo mismo que ella, no pueden responder mientras están dentro de esa realidad. Teresa Herrera, socióloga especializada en violencia de género, explica que “el hecho de ser víctima de violencia doméstica provoca un gran desconcierto y una ambivalencia”. “La persona que me ama me ataca. A quien yo amo, me ataca. El padre de mis hijos, la persona con la que yo elegí tener mi familia. Es devastador”, explica. Y sin saberlo, Alejandra -en otro lugar, en otro día, en otra entrevista- dice casi lo mismo: “Te callás porque te da vergüenza, porque a uno como mujer le da vergüenza, ¿no? Porque fue tu compañero de toda la vida, es el papá de tus hijos, te da vergüenza”. Y es esa vergüenza, esa confusión, la que se transforma en números y acciones. En el primer semestre del 2015 el Ministerio del Interior recopiló 16.199 denuncias. Un promedio de 2.700 por mes. Muchas derivan en un proceso cautelar, medidas que toma el Poder Judicial para proteger a la víctima y acompañarla durante un período determinado. Cuando termina este período, los casos son archivados en un expediente. Sin embargo, antes de esto, casi 30% se archiva por motivos relacionados con la denunciante, como por ejemplo, no asistir, levantar la denuncia o presentar un pedido expreso.

Entonces, ¿qué pasa con las denunciantes? ¿Por qué si las lastiman tanto no se mantienen firmes? ¿Por qué perdonan? ¿Es que perdonan? Elina Carril, psicóloga y referente en violencia de género, da una respuesta: “´Para poder hacer la denuncia hay que poder sostenerla, sostenerla psicológicamente. Entonces a veces hacen la denuncia en forma muy prematura porque alguien les dice y las mujeres no están en condiciones de sostenerla. No solamente porque hay una amenaza, o por el temor a la represalia, sino también porque hay una situación asimétrica de pensar que sin ellos no van a poder vivir, ya sea por el amor tan grande que sienten o porque no tienen los medios económicos para vivir solas (…) No es una cuestión monocausal, no hay una mirada, no se puede ser simple, por eso que las respuestas no pueden ser simples”.

A pesar de que la violencia doméstica no distingue estratos sociales, edades o tipos de relación, hay algunas características que se repiten en todos los casos, como fotocopias. El ciclo o las fases de la violencia doméstica. Siempre hay un detonante que provoca la explosión del agresor. Cualquier cosa, desde un vestido, una cena, una manera de mirar. Un enorme abanico de motivos que llevan a la agresión física o verbal fuerte. Casi de inmediato, con el final de la última frase, con el sonido del último golpe, comienza el arrepentimiento. Aquí, el agresor tiene un cambio de actitud radical, justifica esa reacción como un evento puntual y promete no volver hacerlo. La víctima cede, en una primera instancia porque confía en la otra persona, y comienza la etapa que se conoce como la Luna de Miel. Empiezan los regalos y las actitudes casi perfectas. Hasta que, como en una noria que no deja de girar, la historia vuelve a empezar.

Así lo cuenta Alejandra: “Te empezás a decir, ¿yo me estaré equivocando? Y te callás. Pero la violencia es más seguida. Empezó a pegarme, a maltratarme, va piñazo pa’ aquí, piñazo pa’ allá. Uno piensa que van a cambiar y bueno ahí viene el teleteatro. La comedia de que van a cambiar, el llanto, de que te quieren, el amor de la vida, las flores, siempre están presentes, como que viene una Luna de Miel y queda todo como si nada. Y uno sigue apostado como mujer, ¿no? Pero cada vez la situación es peor”.

La violencia va aumentando de manera gradual. Elina Carril explica que “lo que habitualmente nos han relatado las mujeres y lo que se observa es que empieza con ciertas cuestiones mínimas, como por ejemplo algunas vinculadas al control y amparadas en el amor. ‘Yo te lo hago por tí, porque te quiero tanto’, o ‘Me gusta verte linda, así que me gusta verte vestida así’, ‘Haceme ese gusto a mí que soy el que más te quiere’. Pero después no alcanza con ese control”.

Teresa Herrera encuentra dos perfiles de mujeres más vulnerables ante estas formas de “ninguneo”, como ella denomina. Por un lado, es el grupo de muy bajo estrato social que desconoce otra forma de relacionarse y que están acostumbradas a vínculos de subordinación. Herrera desarrolla esta idea: “Esas son ninguneadas desde siempre, ‘Sos una tarada’, ‘No servís para nada’, cosas así. El ninguneo de las de buen nivel va por otro lado, va por el lado del rol ancestral de la mujer. ‘Sos una mala madre’. ‘No estás nunca con tus hijos’. ‘No cuidás la casa’. ‘No estás nunca conmigo’. No me atendes’. ‘Te la pasas en el trabajo’”.

El tipo de violencia que se ejerce aumenta a medida que el agresor percibe que hay algún tipo de omisión por parte de la víctima. Puede comenzar con un grito, seguido de un golpe en la pared, pasando a una agresión a un animal y finalmente desarrollándose en la forma más exacerbada de violencia de género que es el golpe. Carril agrega en este sentido: “Es como si fuese una gradiente, hay un empujón, más adelante son tres empujones, después un empujón y una piña, hasta que después es una piña reiterada y a veces hay una voluntad de hacerla desaparecer, sos mía o de nadie”.

Y ese deseo de hacerlas desaparecer es literal. Desde ese primer día van haciéndolas desvanecer en su esencia. Volviéndolas invisibles en su entorno. Bajo esos métodos de control empieza un proceso de aislamiento en el que la víctima se aleja de sus allegados. Por el dominio que tiene el agresor sobre la víctima y por su estado de confusión y vergüenza.Alejandra reconoce que su expareja tenía un control absoluto sobre sus acciones: “Si salís conmigo tenés que estar conmigo, no saludar, no hablar, no hagas esto, no hagas lo otro, te manipulan (…) Te empiezan a psicopatear, psicopatear mal. Si es blanco, él te dice negro, vos decís negro, él te dice blanco. Hacé y no hagas. No hables por teléfono, y todo está mal, todo. Es todo lo que digan ellos”. Las víctimas, dice Teresa Herrera, son permanentemente acosadas y controladas hasta que finalmente desisten de ver a sus allegados y se limitan a cumplir con los deseos de su pareja.

La posición del agresor sobre la víctima tiene una explicación en la relación entre el género y su rol social. Elina Carril fundamenta la violencia doméstica en un desbalance del poder. No se suele definir como violencia doméstica los casos dentro de una familia donde todas las relaciones son violentas y donde el poder circula entre todos sus integrantes. Alejandra no destrataba a su pareja, no lo ninguneaba, no lo golpeaba. La violencia era unidireccional. Elina Carril fundamenta la violencia doméstica en un desbalance del poder que se produce “por razones culturales, donde las formas de hacernos hombres y mujeres en nuestra cultura todavía están designada por la subordinación de un género sobre el otro”.

Las mujeres son quienes más denuncian la violencia doméstica. El Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad publica si los homicidios de mujeres fueron por parte de su pareja o expareja. Pero para los hombres no realiza esa diferenciación. Esto se explica, según ambas profesionales en la construcción social del género y las presiones y expectativas diferentes que se tienen si una persona es hombre o mujer. “Ya desde los primeros cuidados –cuenta Carril- cuando vas socializándote en la escuela, te va entrando que unos tienen fuerza y los otros no, que unos pueden hacer cosas y los otros no, y que tu destino, por ejemplo, el mejor al que podes aspirar es a tener a un hombre al lado, porque él te va a cuidar y él te va a hacer feliz. De alguna manera, hay algo del orden de lo vulnerable que se va instalando, entonces es más fácil para esas personas entrar en relaciones de dominio”. A estas construcciones se aferrarán los agresores para ir minando la autoestima de las mujeres, así como también son parte del motivo que puede llevarlos a considerarse superiores.

Carril encuentra en los conflictos bélicos un claro ejemplo de su origen: “Los raptos, las violaciones, es histórico. Porque se ha considerado que las mujeres pertenecen a los hombres, entonces son parte de su propiedad. Para agredir al hombre, para mancillarlo en su honor se va contra la mujer. No en vano, hasta hace muy poco tiempo el delito de violación lo que afectaba era el honor del padre”.

Teresa Herrera va a los números para hablar de estas desigualdades. Como por ejemplo que las mujeres ganan 25% menos en la misma tarea y asevera que a pesar de que las mujeres son el 52% de la población, y el mayor porcentaje de los egresados universitarios, no cubren proporcionalmente cargos de poder como en el gobierno, los sindicatos o las cámaras empresariales. “Hay un orden de género que implica desigualdad con respecto a las mujeres (…) ese orden hace que el varón, el macho, blanco y heterosexual, sea de alguna manera la figura preponderante en la sociedad. Lo que se espera de él es que sea dominante, fuerte, que sea el que mande“.

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